Caminantes,
viajeros y peregrinos
Durante
doce siglos, el Camino de Santiago se ha consolidado como el principal
itinerario cultural y religioso de Occidente, erigiéndose en uno de los
elementos que de modo más decidido ha colaborado para conformar una identidad
común europea. Sus rutas han influido también en la configuración de paisajes
urbanos y rurales, engendrando un ingente patrimonio monumental e inmaterial.
Representaba, al mismo tiempo, una ruta comercial, política y militar, una vía
de circulación de ideas, mercancías y personas; un medio de contacto con
realidades exteriores que, en definitiva, permitiría dinamizar de modo
extraordinario los territorios por los que transcurría.
Ciertamente,
desde el punto de vista económico, el Camino se convertiría con premura en un
excelente cauce para la comercialización de excedentes. Estos caminos
supusieron las rutas comerciales más importantes hasta el primer tercio del
siglo XIII, contribuyendo en buena medida a la reactivación económica de no
pocos territorios.
En
Oviedo serán las veneradas reliquias conservadas en la Cámara Santa las que
atraigan desde finales del siglo XI a multitud de romeros. Para llegar a Oviedo
por el interior, el peregrino podía elegir entre varias opciones: La
Mesa-Leitariegos; el puerto de Arbas (Pajares), el más transitado, o los de San
Isidro y Tarna. Esta última posibilidad unía el valle del Nalón con la capital
y se unía al camino principal en el puente de Olloniego, siendo una de las
rutas principales y contando en su tramo medio con un importante hospital de
peregrinos. En el contexto de las peregrinaciones compostelanas configuraría,
pues, una ruta de las de mayor relevancia.
Con
todo, se debe señalar que la creación de una importante vía de comunicación que
atraviese el territorio lavianés se remonta a la presencia romana en el
municipio, y la documentación habla de la vía que atravesaba el puerto de Tarna
y que seguía el curso del río Nalón, contándose además con zonas empedradas que
sugieren la existencia de una calzada de cierta enjundia. Así pues, una de las
realizaciones más palmarias sobre los territorios conquistados era la
integración en una red viaria que conectaba todos los puntos del imperio, lo
que no dejaría de poner a los pobladores antiguos del municipio, en relación
con nuevas realidades.
En
cualquier caso, y al margen del evidente declive que esta ruta experimenta como
itinerario jacobeo durante la Baja Edad Media, no se debe olvidar que, dada la
facilidad de conexión, los ganados de la zona central de la provincia
encontrarán siempre una buena salida en los mercados meseteños. Y es que el
concejo de Laviana se encuentra enclavado en la ruta que desde varios puertos
del vecino concejo de Aller comunicaba el Valle del Nalón con la meseta, y
enlazaba también con la proveniente del Puerto de Tarna, que discurría a lo
largo del principal cauce fluvial de la región, configurando de este modo un
punto de paso estratégico.
En los
mercados, los labradores locales se suministraban sobre todo de manufacturas,
cereales y vino. Las grandes ventas se reservaban para las ferias de mayor
entidad, especialmente las de León, Sahagún, Oviedo (en la Ascensión, Todos los
Santos y San Mateo) y Avilés. Las ferias leonesas de mayor importancia ganadera
eran la de San Marcelo y la de San Andrés. Además de Castilla la Vieja, no eran
desconocidos otros mercados, especialmente cuando se produjo la mejora de los
transportes, tales como Madrid, Barcelona y Andalucía, donde eran colocados
terneros de 9 a 12 meses.
Pie
foto: Malatería de Comillera
Templo
parroquial de Lorío: S. Martín de Tours
La
iglesia parroquial de Lorío, advocada a San Martín Obispo de Tours, fue fundada posiblemente por el linaje de los
Álvarez de las Asturias entre finales del siglo XIII y principios de los XIV.
En sus orígenes, se trató de una pequeña iglesia de estilo románico popular con nave única, techumbre de
teja y madera, y una sola puerta de
acceso a los pies de la nave.
Poco
tiempo después de su construcción, la donación de don Rodrigo Álvarez de las
Asturias, del coto de Villoria, a su sobrina, María de Cifuentes (1325), tras
su matrimonio con don Gutierre de Bernardo, facilitó que la presentación de esta iglesia pasase a
manos de los Quirós y, que hasta el siglo XIX su presentación y nombramiento de
cura párroco, así como la recaudación de impuestos eclesiásticos, recayeran en
manos privadas: primero con los Quirós (XIV-XVI); posteriormente con la casa de
la Rúa (XVI-XVII), y finalmente con el marquesado de Santa Cruz del Marcenado
(XVII-XIX). Esta pertenencia influyó sobremanera en el devenir de la parroquia
de Lorío y de todo el concejo de
Laviana, hasta el punto de que en el siglo XVII se la catalogase como parroquia
de “término”, privilegio que debía de corresponder a la de Santa María
del Otero de la Pola por ser la capital del concejo. Este hecho demuestra la
importancia de las parroquias como ejes vertebradores de la vida económica y
política del municipio, y su dependencia de la agricultura y la ganadería. De
nada servía una demarcación territorial impuesta en el otorgamiento de la
“carta puebla” medieval si no existía una burguesía urbana que la impulsara,
inexistente en las “polas” de las montañas asturianas.
Llegado
el siglo XVIII, y de la mano de doña Jacinta de Vigil, II marquesa de Santa Cruz
de Marcenado, se acomete una amplia reforma del templo constando de varias
fases. Primeramente se construye la sacristía (1694), posteriormente adosada a la nave por su lado izquierdo, y en
un último proyecto (1723), se derruye toda la cabecera y se construye
nuevamente la nave mayor. Todas estas obras fueron costeadas gracias a los
fondos generados por las comuñas ganaderas de los ricos santuarios parroquiales
de la Encarnación, Santa Eugenia y El Ovellayo, que tuvieron en la explotación
de los ricos pastos de los montes del
Raigosu, su potencial económico.
A la
vez que se desarrollaban estas reformas en el exterior del templo, en su
interior, se modernizaba el repertorio iconográfico. En 1700 se encarga al
famoso escultor Antonio de Borja y Zayas (Sigüenza h.1661-Oviedo 1730) un
retablo para la capilla de la Encarnación bajo el título de Nuestra Señora del
Rosario y una nueva imagen de la Virgen. Años más tarde (h. 1740), se recurre
nuevamente al mismo taller para que realice un retablo para la capilla mayor.
Este es sin duda, junto con el de Caleao en el concejo de Caso, el mejor
ejemplo de escultura barroca del Valle del Nalón, tanto por su monumentalidad
como por su calidad técnica. Ambos siguen los modelos establecidos por Antonio
de Borja en la capilla del Rey Casto y en la Colegiata de Pravia. En el caso de
Lorío se organiza en tres calles rematadas con su propio ático; utiliza la
columna terciada compuesta y el estípite y, los cuatro relieves, Anunciación,
Adoración de los Pastores, Adoración de los Magos y Circuncisión, siguen sin
duda las propuestas borjianas.
Rosa del
Carmen Álvarez Campal
Puente
de Arco
Se
trata de una edificación medieval, remontándose su construcción probablemente a
finales del siglo XII y comienzos del XIII; siendo uno de los puentes más
significativos de Asturias. Presenta dos arcos de medio punto ligeramente
peraltados, de mampostería y sillar, basándose su diseño en la apoyatura sobre
el soporte natural pétreo en el que se sustenta su pila intermedia; estribado
que se ejecutó de modo magistral. No cabe duda de que esta extraordinaria
cimentación es la que ha garantizado su conservación. Las luces de las bóvedas
de cañón rondan los 16,5 y los 12,5 metros respectivamente. El grosor de la
pila supera los siete metros y la altura media de su rasante se aproxima a los
diez metros.
La
bóveda principal se encuentra estribada en la roca de la margen izquierda y en
el afloramiento del cauce. La estribación de la margen derecha es la que ha
ocasionado mayor número de contratiempos a esta bóveda, ya que, por ejemplo, se
tiene noticia de un descalce en el año 1765; y fue quizá, en este mismo punto
reparado, en el que se volvería a intervenir a mediados del pasado siglo. Las
modificaciones de la fábrica y el cambio de tipo de piedra son elocuentes en
ese sentido, siendo probable que tal actuación se corresponda con las obras
acometidas en 1876.
De la
importancia de este monumento da cuenta la cantidad de reformas a las que ha
sido sometido, lo que no deja de denotar un tránsito constante. Por citar un
caso significativo, en la sesión ordinaria de la Junta General de Principado
del 16 de agosto de 1668, el representante de Laviana solicitaba trescientos
reales a la fábrica de caminos del Principado para repararlo, dada su
relevancia.
Hay
que tener en cuenta que canalizaba una importante vía de comunicación con la
meseta leonesa, hallándose enclavado en la ruta que desde varios puertos
alleranos comunicaba el Valle del Nalón con la meseta y enlazaba también con la
proveniente del Puerto de Tarna. Se trataba además del único nexo estable entre
ambas orillas hasta llegar al de Olloniego, más aún cuando, tras la riada de
1676 la desviación del cauce del río haría que el tramo incomunicado se
ampliase hasta el puente de Peñaflor, en Grado. Todavía a finales del siglo
XVIII aparece citado como el único paso “firme y de piedra” hábil, para unir
las tierras castellanas con los puertos de mar entre Gijón y Llanes. De ahí
que, en la documentación perteneciente al Consejo de Castilla, se recoja la petición
de 1795 realizada por un regidor del concejo, sobre la necesidad de
acondicionar un puente tan estratégico y antiguo. En este sentido, cabe señalar
que ha sido calificado de romano por algunos autores.
Con
todo, la primera referencia documental referida a una intervención en el
puente, se remonta al año 1587, cuando tuvo lugar un remate para su reparación.
Parte del puente fue derribada a consecuencia de las grandes inundaciones de
1876, realizándose reformas a la vez que se ejecutaba la carretera de Oviedo a
Campo de Caso, a la altura de 1888. En 1953 se reharía, a su vez, parte del
estribo de la margen izquierda.
Otro
elemento que refleja la significación del monumento, se tiene en la presencia
de un fielato en el que se satisfacían los consumos, impuesto que gravaba
artículos de «comer, beber y arder», a su entrada en núcleos de cierta entidad
y suponían una parte sustancial de los ingresos municipales. En este caso,
pasado el puente se encontraba en el lugar de Iguanzo la casa de Don Ramón,
cuyo portalón servía de fielato donde se fiscalizaban todas las mercancías
provenientes del Alto Nalón y las que penetraban desde Aller.
El
Señorío de Villoria
Como
base de un tipo de organización económica y social, los señoríos representan un
elemento clave del Antiguo Régimen, perviviendo con pocas modificaciones en sus
líneas maestras hasta que fueron abolidos en los albores de la época
contemporánea. Los señoríos han sido definidos como un «conjunto de tierras,
cuidadosamente y desde antiguo delimitadas, que constituyen la propiedad
eminente y zona de jurisdicción de un personaje individual o colectivo llamado
señor». El gran historiador francés Marc Bloch aducía que las relaciones de
dependencia habían encontrado su marco natural en un agrupamiento que «mucho
más antiguo que el vasallaje, debería sobrevivir mucho tiempo a su declinación:
el señorío territorial».
El
titular del coto de Villoria era el marqués de Camposagrado, quien, en esa
cualidad, tenía la facultad de nombrar los cargos de justicia. En razón de
señorío percibía la cantidad de mil reales de vellón al año. Camposagrado era,
a su vez, el mayor hacendado del coto, tal y como se desprende de las
averiguaciones realizadas para la única contribución en la parroquia de San
Nicolás. Al efecto, se estimó el producto de sus tierras en 5.769 reales,
veinte maravedís y un tercio el producto de sus tierras; en 212 reales y 25
maravedís la renta de sus hórreos y paneras; en 176 reales la de los molinos
harineros; en 220 la renta de los foros perpetuos; y en 660 el valor de los
diezmos que cobraba.
Tras
su abolición e incorporación al municipio, se debe tener en cuenta que los
sectores beneficiados del proceso desamortizador intentarían optimizar los
beneficios de sus posesiones, endureciendo las condiciones de los colonos,
subiendo las rentas y reduciendo el tiempo de los arriendos; no tardando en
menudear los desahucios. La presión fiscal y la falta de crédito, pues, harían
del campesino presa fácil del préstamo usurario. Han de tenerse en cuenta
también situaciones como las de la crisis de 1847 o como las descritas por el
propio marqués de Camposagrado en su Manifiesto del hambre de 1854. Las
perturbaciones sociales ocasionadas por esta coyuntura se alargarían hasta la
década de los ochenta.
Iglesia
Parroquial de S. Nicolás de Villoria
Declarada
BIC (Bien de Interés Cultural) en 1995, esta iglesia posee la única portada
románica conservada en el concejo de Laviana. Por su análisis estilístico
podemos aproximar la fecha de construcción del edificio a los años centrales
del siglo XII, siguiendo el llamado estilo Villaviciosa, caracterizado por el
uso decorativo del ajedrezado y motivos en zig-zag en sus portadas. No
obstante, la representación en la dovela central del arco interior rebajado,
del escudo alusivo a las armas de los Quirós, indica que en el siglo XIV y
coincidiendo con la consolidación del linaje en estas tierras tras recibirlas
don Gutierre Bernaldo de la mano de don Rodrigo Álvarez de las Asturias como
dote matrimonial al casarse con su sobrina María de Cifuentes (1325), se crea
un nuevo centro de poder que se visualizará en la reconstrucción de dicha
portada para dar cabida a este curioso y sencillo escudo de armas.
Ya en
manos de los Quirós, habrá que esperar hasta el siglo XVI para que en el templo
se lleven a cabo grandes reformas con la ampliación de las dos naves laterales
que se rematan al exterior con dos elegantes portadas idénticas, de estilo
herreriano, compuestas de dos pilastras estriadas que recogen el entablamento
con doble friso, rematándose con frontón flanqueado por bolas.
En el
siglo XVIII se reforma la cabecera, atrio y espadaña, y se decora el interior
con un retablo fabricado por el escultor Manuel Reguera, hoy desaparecido.
Conserva, no obstante, un bello retablo lateral advocado al Ecce Homo de la
escuela del escultor ovetense, Antonio de Borja y Zayas.
Destacar
que en el pórtico de esta iglesia el señor de Villoria se reunía con sus
vecinos y, desde allí, impartía justicia, escuchaba las quejas y demandas de
sus siervos, o se escenificaba la toma de posesión de los cargos concejiles del
coto, utilizando la vieja fórmula de entregar la vara del alcalde saliente al
marqués, y la entrega por parte de éste, a los nuevos cargos, de las varas
floridas o “ramos”, en señal de mutua aceptación y prosperidad. Todas estas
manifestaciones de poder se escenificaban delante del pueblo, que se mantenía
reunido bajo el “texu”, árbol milenario que desde muy antiguo, fue el símbolo
de la identidad asturiana.
Rosa del
Carmen Álvarez Campal
El
puente de Villoria
El
puente de Villoria ha sido catalogado como romano por autores como Bellmunt y
Canella; otros, como M. Valdés Gutiérrez, lo clasificaron como perteneciente a
la calzada romana que pasaba de Vegarada a Laviana, al igual que sucedía con el
Puente de Arco. Este mismo erudito, en su artículo «Asturias Histórica. Vías
romanas» publicado en un número de la revista Covadonga de 1923, lo describía
como “de diez metros de luz, y a cuyo lado se ven gruesas obras de
amurallamiento”; indicando también la existencia de otra construcción similar
quinientos metros más arriba y dando cuenta de lo costoso e innecesario de
aquellas importantes obras. Esta opinión se fundamentaba en que si el camino se
hubiese trazado a través de la vega no habría existido la necesidad de salvar
accidente fluvial alguno. La presencia de ambas infraestructuras, en su
opinión, había radicado en la intención de preservar aquel fértil terrero lo
más incólume posible. No se puede obviar, en este sentido, que a los
propietarios no les interesaría en ningún caso nada que pudiese afectar la
productividad de sus posesiones. Julia Barroso, por su parte, sitúa el posible
origen de la edificación en los siglos XII-XIII, señalando que el calificativo
de romano, que también se aplicaba al Puente de Arco, podía responder a pasos
de enlace en calzadas romanas.
Se
trata de un puente de un solo vano con una luz ligeramente superior a los 13
metros. La directriz de su bóveda es irregular, aunque en origen pudo ser de
medio punto, encontrándose en la zona de la clave un cambio de curvatura que
hace parecer el arco como de directriz rebajada. Esta circunstancia responde a
un movimiento de una bóveda que se encuentra deslomada. Ésta, a su vez, se
encuentra estribada en los afloramientos rocosos del entorno, cuyo perfil
irregular no permiten un apoyo bien logrado; lo que conlleva que los huecos se
rellenen con sillar, prolongándolo aguas arriba para erigir un muro de
encauzamiento.
La
construcción presenta buena fábrica en la bóveda, levantada con sillares
calizos de distinto espesor que, por encima de los riñones, son sustituidos por
sillarejo. La fábrica se halla correctamente aparejada y con continuidad de
hiladas entre las boquillas, constituidas éstas por sillares también calizos de
distinta longitud y más estrechos según van ganando altura. El trasdós es
dentellado y el resto de los elementos constitutivos se solucionan en una
mampostería uniforme que confiere al conjunto sensación de homogeneidad.
Presenta, de otro parte, un perfil alomado y asimétrico que discurre por una
rampa de 7 metros de un lado y de 17 por la otra, con un ancho libre de calzada
2,7 y 3,7 metros entre parámetros, que conserva convenientemente su empedrado.
La
estructura presenta en líneas generales un correcto estado, gracias en buena
parte a la actuación vecinal, tal como se puede comprobar en la prolongación de
los pretiles y el acondicionamiento de la unión entre el empedrado del puente y
la calle, acometidas a finales del siglo pasado.
Medio
kilómetro aguas arriba se encuentra el puente de San Pedro, de factura medieval
y con siete metros de luz.
Fray
Ceferino González y Díaz Tuñón
Gozó
de gran prestigio y ejerció una enorme influencia en la teología con el
neotomismo. Nació en Villoria el 28 de enero de 1831, hijo de aparceros del
Marqués de Camposagrado, y siguiendo los pasos de su hermano José Ramón
(profesor en Manila) le enviaron a estudiar latín y humanidades a Ciaño. En
1844 ingresaría en el colegio-seminario de la Orden de Predicadores de Ocaña.
Allí completa sus estudios de filosofía y profundiza en la obra de Santo Tomás.
Emite sus votos en 1846, pero como no tenía la edad exigida los renovaría en
1848. Parte entonces hacia Filipinas, desempeñando una intensa labor
intelectual. En 1854 concluía los cursos de teología y se ordenaba sacerdote.
En 1859 era nombrado catedrático de teología de la Universidad de Santo Tomás y
se doctora. Dirigiría también el Colegio de Santa Catalina.
En
1857 publica Los temblores de la tierra y La electricidad atmosférica y sus principales
manifestaciones, y en 1862 La economía política y el Cristianismo. En cualquier
caso, continuaría profundizando el tomismo, apareciendo en 1864 su primera gran
obra, Estudios sobre la Filosofía de Santo Tomás; reeditado en Madrid en 1866 y
traducido al alemán en 1885. La importancia de esta obra radica en la
influencia que tendría en la encíclica Aeterni Patris de Leon XIII, renovadora
de la filosofía escolástica. Solicita entonces su traslado a las misiones de
Tonkin (donde murió martirizado Fray Melchor García Sampedro), pero sus
problemas de salud le obligan a regresar a España en 1866.
Será
ahora cuando su figura intelectual cobre mayor relevancia, especialmente a raíz
de un enfrentamiento con Segismundo Moret; lo que sumado a su preparación le
otorgaría gran prestigio. Ello propiciaría que se formase un círculo en torno
suyo donde descollarían Alejandro Pidal y Mon, Eduardo Hinojosa o Juan Manuel
Ortí y Lara, _el Grupo de la Pasión_. Colabora con diversas publicaciones y
culmina su esencial Philosophia elementaría (1868), donde afronta una
exposición sistemática de la filosofía, desde la perspectiva tomista, siendo
adoptada como manual básico en muchos centros de formación eclesiástica y
reeditada frecuentemente. En 1873 publicaba un compendio en castellano titulado
Filosofía elemental, intentando llegar a un mayor número de lectores y que
contará siete reediciones.
En
1868 se le encarga la dirección del centro de Ocaña, demostrando ser un hábil
gestor. Publica obras de crítica al determinismo histórico –tema que retomaría
en La filosofía católica y la racionalista (1874)–. Algunos de estos trabajos
serían recogidos en 1873 como Estudios filosóficos, científicos y sociales. En
1871 regresa a Madrid como procurador de la provincia dominicana de Filipinas,
retomándose las reuniones del grupo e iniciando su relación con Menéndez
Pelayo. Comienza a ser postulado para obispo, a lo que se opone y evita en dos
ocasiones. En todo caso, en 1875, presentado por Alfonso XII, se vería en la
obligación de aceptar la mitra cordobesa por mandato de Pío IX. Allí abordaría
iniciativas como la convocatoria del Sínodo Diocesano y la fundación del
Seminario de San José. Con todo, el proyecto de mayor calado sería la fundación
de los Círculos Católicos, destinados al ocio, la cultura y el mutualismo
obrero, llegando a contar con unos 4.000 socios. Se le puede considerar, en
este sentido, un adelantado a la doctrina social de la Iglesia, influyendo de
modo evidente en la encíclica de León XIII Rerum Novarum. Y lo cierto es que
Fray Ceferino alzaría su voz contra las desigualdades sociales y su labor
social brillaría especialmente en esta etapa.
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